Desde la llegada del Presidente Putin al poder, Rusia se ha embarcado en una política exterior y de seguridad propia de tiempos pasados, caracterizada básicamente por el regreso al ejercicio de políticas de poder, fuerza y zonas de influencia; así como por la impugnación del orden liberal global vigente desde la II Guerra Mundial. Y ello, con el objetivo proclamado de recuperar el estatus internacional de gran potencia, perdido tras la caída del muro de Berlín y la implosión de la extinta URSS.