Un buque cargado de 629 migrantes y refugiados rescatados en las aguas del Mediterráneo ha puesto una vez más ante el espejo de la ignominia a la sociedad europea en su conjunto. Hombres, mujeres, cientos de niños y madres embarazadas, veían truncado su sueño extremo de alcanzar Europa para salvar sus vidas, cuando el ministro del interior y viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, prohibía su desembarco en territorio transalpino. La reacción del presidente español, Pedro Sánchez, de ofrecer Valencia como puerto seguro para el “Aquarius”, significaba un gesto humanitario encomiable y, a la vez, la prueba de la falta de una política común en la UE sobre inmigración y fronteras. Una crisis humanitaria más, como tantos y tantos días en los bordes de la rica Europa, que pone a prueba la capacidad de la solidaridad y la defensa de los derechos humanos de nuestra Unión, frente a los desmanes xenófobos de los políticos populistas que se están haciendo con el poder en buena parte de nuestros Estados miembros.
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