El Consejo Europeo de verano de la pasada semana ha corroborado las peores sospechas que veníamos detectando a lo largo de este primer semestre de 2018: el proyecto europeo está encallado y no avanza. Los líderes europeos urgidos por llegar a un acuerdo se empeñaron hasta altas horas de la madrugada por suscribir una serie de acuerdos de mínimos, de escaso valor práctico y de difusa aplicación. Cada cual vino con su ración de reivindicaciones patrias que llevarse a la boca y nadie se ocupó de pensar en el futuro de una Europa unida. Ahora se abre la presidencia austriaca que pone el énfasis en el cierre de fronteras a la inmigración, el debate que más ha enfangado el panorama de la UE, especialmente, desde que las elecciones italianas convirtieran al líder de la Liga, Matteo Salvini, en el abanderado de la xenofobia europea.
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