Que Europa vive a golpe de sobresaltos no es ninguna novedad. Que la capacidad de unión del proyecto de construcción europea se mide siempre al borde del precipicio de su disolución es parte del guión escrito en los últimos 50 años. Pero que ante evidentes ataques a nuestros intereses, gestos, declaraciones y encuentros de los que se declaran enemigos de Europa, los líderes de la UE permanezcan en estado catatónico, es simplemente una inconsciente frivolidad. En los últimos seis meses, la Unión vive ensimismada en los problemas de cada patio interior de sus Estados miembros, sin rumbo claro y sin pulso político para emprender las reformas que se precisan.
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