El pasado martes, la canciller alemana, Angela Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron, firmaban el Tratado de Aquisgrán. Un repertorio de gestos, empezando por el simbolismo del lugar elegido, la residencia favorita de Carlomagno, que más allá de su contenido explícito trata de lanzar un mensaje, interno y externo, de fortaleza del eje franco-alemán. Que la Unión Europea se ha construido a base del acuerdo de los dos grandes Estados continentales es tan obvio como que ambos países representan el 30% de su población y de su PIB. Desde que en 1963, De Gaulle y Adenauer firmaran el Tratado del Elíseo, dejando claro que ni uno ni otro tienen otra alternativa que la amistad, el proyecto de construcción europeo ha venido marcado por el ritmo de la cooperación franco-alemana. El momento actual requería de un fortalecimiento, aunque solo fuera formal, para acometer los retos inmediatos de la UE. El hecho de que los dos mandatarios se encuentren en horas bajas, desluce la foto, pero no la intención.
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