En breves fechas dejará el cargo de presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker. Tras cinco años de máximo mandatario del Ejecutivo comunitario, este luxemburgués curtido en mil batallas políticas y adornado por un humor, mitad surrealista y mitad ironía, abandona el timón de la nave del proyecto europeo. Se va como el mismo ha dicho, “ni triste, ni eufórico”, que es el estado de ánimo que su gestión nos deja a los ciudadanos. Una herencia pesada instalada en la emergencia de la crisis económica, una incertidumbre perpetua protagonizada por las idas y venidas de la negociación del Brexit y la imagen dolorosa de la migración muriendo a las puertas de nuestras fronteras, han condicionado la impronta de europeísmo sin complejos que Juncker ha tratado de dar a mandato. Esta semana se ha despedido de un Parlamento Europeo muy diferente al que le eligió en 2014, pues, fue el primer y único presidente fruto del “Siptzenkandidat”. Entonces recibió el aplauso solo de los suyos, los populares, en su despedida toda la Eurocámara en pie ha reconocido entre aplausos su labor.
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