Vivimos en la Unión Europea bajo la curiosa paradoja de ser los grandes defensores del libre comercio mundial como fruto de las bondades de la globalización y a la vez negando sistemáticamente la entrada de miles y miles de seres humanos migrantes que huyen de la miseria y el terror de las guerras, en busca de asilo y refugio en nuestro Estado del bienestar y de defensa de los Derechos Humanos. Y claro, resulta imposible ser una cosa y la contraria, sin caer en la incoherencia y la hipocresía. De ahí que deberíamos, de una vez por todas, tener un proyecto de Europa para el mundo, más allá de construir un espacio común para los europeos. De otra forma, seremos vistos por el resto como una suerte de egoístas profesionales que predicamos el multilateralismo y la buena relación con todos, cuando nos sirve para vender nuestros productos y, por el contrario, un inhumano conjunto de seres xenófobos que le niegan el pan y la sal a los mismo congéneres que queremos que nos los compren.
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