El proyecto europeo al que pertenecemos nació como respuesta a la mayor tragedia de la Humanidad: la II Guerra Mundial. Fueron sus impulsores dos de los principales protagonistas y enemigos en la contienda: Francia y Alemania. De aquella idea de reconciliación surgió la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, que paso a paso, nos ha traído hasta la actual Unión Europea. En cada hito que en este periodo hemos vivido París y Berlín han resultado los principales motores de la construcción de este espacio común. El coronacrack se ha convertido en la mayor crisis que hemos conocido desde que los campos de batalla desaparecieron de nuestro continente. Precipitados al abismo, cuando estamos al borde de una recesión de magnitudes desconocidas, el eje franco alemán ha tomado las riendas de la situación. Merkel y Macron presentaban esta semana con todo el carácter protocolario que la tele cumbre permitía, su propuesta conjunta del plan de recuperación europeo contra la crisis. Podrá gustar más o menos, pero lo que nadie puede decir es que la UE no está reaccionando con más agilidad de la que por su propia esencia nos tenía acostumbrados. En dos meses la Unión ha tomado el doble de decisiones de las que asumió en la crisis del euro en cuatro años.
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