La vuelta de las vacaciones no ha alterado la agenda europea, cuya prioridad sigue siendo la lucha contra la pandemia de la COVID-19 y la reconstrucción económica de la crisis por ella provocada, pero si ha traído a primer plano de nuevo las negociaciones del Brexit. Quedan escasamente cuatro meses para que expire el plazo y la situación de práctico bloqueo de las mismas. La Unión Europea se apalanca en las líneas rojas alcanzadas antes del pasado 1 de enero cuando se pactó la salida del Reino Unido, mientras que Londres se ha descolgado con un órdago total que incluye saltarse a la torera las leyes internacionales. Nadie les obligó a ser miembros del club europeo, ni nadie pone en duda su legítimo derecho a abandonarlo. Cosa distinta es pretender irse de un portazo, sin pagar las copas consumidas, en plena borrachera. Boris Johnson ha traspasado de largo la frontera de lo admisible políticamente y está poniendo en riesgo la futura relación de las islas con el continente.
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