Los oráculos del apocalipsis de la Unión Europea son tan viejos como años tiene el proyecto de construcción europea. Desde su nacimiento en la década de los 50 del pasado siglo hasta hoy, sesudos analistas han sido capaces de predecir el hundimiento de este único y singular edificio político supranacional, cuyo motivo fundacional no fue otro que la paz y poner fin a las continuas guerras en el continente. Algunos de ellos guiados por intereses de países antagonistas de Europa, como Estados Unidos, otros simplemente basados en la lógica histórica de un espacio en el que el enfrentamiento y la lucha por la supremacía de sus naciones Estado siempre fue lo habitual. La realidad es que sus predicciones parecen haber servido de acicate para la supervivencia de las instituciones europeas. Cuanto más han azotado las crisis a la UE, mejor ha sabido dar respuesta a los desafíos y eso se ha hecho más cierto en los últimos tres años, cuando hemos sufrido una pandemia y una guerra en Ucrania, con el consiguiente riesgo de desabastecimiento energético y el incremento desatado de la inflación.