A estas alturas de la película deberíamos ser todos conscientes que la guerra provocada por la invasión de Putin de Ucrania, es una especie de viaje a ninguna parte. Además de las muertes y el terrible dolor de millones de refugiados, las consecuencias de esta contienda se miden por los efectos económicos que, de forma global, está teniendo. Una guerra es una tragedia humana, pero también es muy cara de sostener. Si no hay claros ganadores entre los contendientes, mantener un conflicto armado resulta inútil en el tiempo. En el caso de la UE, estamos pagando un alto coste por nuestra posición de defensa a ultranza de los derechos del pueblo ucraniano. Nada que objetar, por supuesto, pues, pese a que mucho deberíamos reflexionar sobre las razones que han provocado esta guerra, la agresión unilateral de Moscú no deja lugar a dudas sobre al lado de quien debemos estar los europeos. Defender a Ucrania es defender nuestro modelo de vida y sociedad, basado en la democracia, las libertades y los derechos humanos. Sin embargo, igual que está sucediendo en Washington y en Beijing, donde empiezan a plantearse hacia dónde se encamina la guerra, Bruselas debiera salir de su posición naif repleta de viajes a Kiev para dar besos y abrazos a Zelensky.
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