Llevamos recorrido un largo camino para conseguir la tan deseada moneda única, que elimine los riesgos de cambio y los costes de transacción, y que represente un peso muy importante en la esfera mundial. Pero el éxito de este ambicioso proyecto, no solo va a depender del cumplimiento de unos determinados criterios macroeconómicos, sino también del desarrollo de una armonización fiscal, que favorezca las condiciones de competitividad y crecimiento económico, evitando la competencia desleal entre países miembros y el fraude fiscal. De no ser así, las consecuencias pueden ser desastrosas tanto en términos económicos como sociales y políticos.
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