Unión Europea

El objetivo es vaciar Europa

por Nacho Alarcón

Fuente: CPDV

El tiempo de los golpes de Estado es pasado para la Unión Europea. Eso no significa que haya pasado el tiempo de la construcción autoritaria. Los euroescépticos también tienden a no decir tan claramente que el objetivo es abandonar la UE. En cambio prefieren hablar de reformarla para hacer lo que todo líder iliberal desea hacer con una democracia: vaciarla, eliminar las instituciones y los contrapesos para mantener la apariencia democrática aunque consumas la mutación autoritaria.

Las democracias ya no colapsan, mutan. Ya no mueren con un estrepitoso crujido, pero el hecho es que igualmente mueren. Esa mutación es más peligrosa que el colapso: en la transición de una democracia liberal hacia un país autoritario donde el Gobierno se funde poco a poco con el Estado, controla las instituciones para luego despojarlas de su sentido real, y finalmente, se instalan de forma indefinida en el poder, con el control total sobre todo el sistema. Eso les permite mantener la carcasa de la democracia y sostener por tanto esa falsa legitimidad mientras de forma efectiva la democracia ya ha pasado a ser una autocracia.

Esa mutación es en la que profundizan Thimoty Snyder en ‘Road to Unfreedom’ o Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en otras obras como ‘How democracies die’ . Es un proceso en el que hoy se encuentran varias democracias occidentales y que es el nuevo camino hacia el autoritarismo.

Los euroescépticos han descubierto que los ciudadanos europeos ya no premian el caos. No quieren una destrucción total de la Unión Europea de una forma agresiva y frontal. Ese mensaje no tiene cabida en el electorado. Pero sí que tiene encaje otra idea: la UE ha creado problemas que podrían haberse resuelto con Gobiernos soberanos, como la crisis migratoria. La UE es por tanto un problema, no una solución. Y lo es porque un grupo de burócratas dirigen el designio de la nación, ya sea Italia, Hungría o Polonia, que impide al país cumplir con su papel heroico y eterno en la historia. Es el nacional-populismo en estado puro.

De ahí que los nuevos líderes euroescépticos no muestren rechazo a la idea de Europa, sino que centren sus críticas en personajes y en procedimientos: en que un grupo de funcionarios aten las manos a un Gobierno soberano. El objetivo ya no es destruir la UE, al menos en primera instancia, sino mantener sus instituciones y organismos mientras se les vacía de sentido, poder y utilidad.

Matteo Salvini, viceprimer ministro italiano y titular de Interior, líder de la xenófoba Lega, un partido históricamente euroescéptico y antieuro, abandonó sus tradicionales críticas contra el proyecto europeo durante las últimas elecciones nacionales. En cambio se centró en la inmigración, en hablar de una “invasión” de la que Bruselas era cómplice y que la solución era un hombre fuerte en Roma. Otro ejemplo más es Viktor Orbán, primer ministro húngaro que ha estrechado sus relaciones con Salvini: él nunca ha hablado de destruir la UE, sino de ser el líder de una nueva Europa, un proyecto conservador, identitario y con el centro en los valores que él considera centrales, que es la identidad cristiana europea.

La construcción del discurso no es fácil. Pero hay un par de países en los que el caldo de cultivo es perfecto. La receta siempre tiene como ingrediente principal el victimismo. En Polonia es la teoría conspiranoica en torno a la estructura comunista del Estado, lo que permite al Gobierno polaco minar la independencia del Tribunal Supremo al asegurar que hay jueces comunistas; en Italia es el estancamiento económico del que Salvini y otros culpan a la Unión Europea en vez de a su falta de iniciativa por reformar su economía; y en Hungría, con una visión más europea, es el relato de que existe un intento internacional, encabezado por el magnate de origen húngaro George Soros, de acabar con la cultura húngara y su identidad cristiana inundando el país con refugiados musulmanes.

En Alemania hay otro caldo de cultivo: los alemanes del este, los que habitaban en la antigua República Democrática Alemana antes de la reunificación, se sienten de segunda división. Tienen menos riqueza, menos industria y, en general, más problemas sociales. La extrema derecha lo sabe y explota ese problema: encima de que el este salió perdiendo con la unificación, ahora Angela Merkel, canciller alemana, abre las puertas a millones de refugiados. El efecto de ese discurso ya empieza a ser más que visible en sitios como Chemnitz.

Siempre es el mismo esquema: un país, que siempre ha sufrido el castigo de fuerzas externas, es víctima, otra vez más, de un intento extranjero de ahogar el Estado. Por eso al Gobierno no le queda más opción que protegerse ante ello. Y así se inicia el relato.

El camino a seguir

El plan a seguir a nivel de la Unión Europea está claro: Polonia y Hungría señalan el camino. El objetivo consiste en vaciar de sentido las instituciones, obstruir el sistema para, finalmente, mantener la carcasa, la idea de la Unión Europea, pero vaciarla de sentido: frenar la integración y cambiar el sentido de los valores, de defender el Estado de derecho a defender la identidad, la soberanía y todos los otros elementos que conforman el nacional-populismo.

El proceso presenta varias ventajas para los euroescépticos: lo hacen con la legitimidad democrática de los votos, eliminan la UE y su utilidad a través de las mismas instituciones europeas, y les permite hacerse cada vez más fuertes en casa.

Además hay otros Estados miembros, como son Países Bajos, que aunque no entran dentro de la esfera nacional-populista, sí que querrían que la UE fuera un mero espacio económico. En otros países, como en Austria, los partidos moderados de centro-derecha han decidido copiar el discurso extremista de la ultra-derecha para evitar ser superados electoralmente, y eso también podría atar las manos de Viena a la hora de frenar esa lenta conversión.

El objetivo más cercano son las elecciones europeas. Aunque algunos eurodiputados se muestran seguros sobre la imposibilidad de que eso ocurra, otros tienen miedo de que la Eurocámara que se conforme tras los comicios pueda ser mayoritariamente euroescéptica. No es necesario que obtengan más del 50% de los escaños: con un considerable crecimiento, el establecimiento de unos cuantos vicepresidentes eurófobos y algunos grupos políticos que puedan ser atraídos a su órbita puede ser suficiente para que Salvini, Orbán y Steve Bannon, el exasesor del presidente nortamericano Donald Trump que ahora ayuda a los grupos nacional-populistas, consigan su objetivo. Esos números pueden ser los suficientes como para que el Parlamento Europeo empiece a obstruir las arterias del proceso legislativo europeo. No significa que vaya a ocurrir. Significa que es su objetivo.

Artículo 7

En diciembre de 2017 y tras mucho tiempo en el aire, la Comisión Europea tomó la decisión: activar el artículo 7 de los Tratados contra Polonia. Aquí los euroescépticos tienen su primer y más preciado ejemplo de obstrucción en el proceso de decisión de la Unión Europea.

La razón era que Varsovia, con su reforma del sistema judicial, ponía en riesgo el Estado de derecho consagrado en el artículo 2 de los Tratados. En última instancia, el proceso podía terminar quitando el derecho a voto al Gobierno polaco en el Consejo.

Desde entonces Frans Timmermans, vicepresidente primero del Ejecutivo comunitario a cargo de la investigación sobre Polonia, se ha chocado contra un muro. Lejos de dar pasos hacia atrás ante las pesquisas de Bruselas, Varsovia ha continuado con pasos firmes en su ataque a la independencia judicial, y desde que el proceso del artículo 7 se activó la situación no ha hecho más que empeorar, en palabras del propio Timmermans.

La razón es sencilla: no hay forma real de parar los pies al Gobierno autoritario del Partido Ley y Justicia (PiS). Es un resquicio en el proceso, justo ese tipo de mecanismos que los políticos autoritarios buscan ampliar para asegurar la mutación del sistema.

Para que el artículo 7 entre totalmente en acción es necesaria la unanimidad de los Estados miembros. Pero ahí está Hungría, otro país gobernado por un líder autoritario, para evitar que el procedimiento pueda seguir adelante. A su vez Budapest se cubre las espaldas, y sabe que si algún día el proceso es contra su Ejecutivo Polonia estará ahí para bloquear cualquier sanción.

Aunque Timmermans asegura que no quiere llegar a las sanciones e insiste en que el diálogo es la forma de que el Gobierno polaco vuelva al sendero del respeto al Estado de derecho, lo cierto es que el holandés está frustrado con la situación. Es imposible avanzar y el procedimiento queda bloqueado creando cierta sensación de impunidad: no hay castigo para el país que decide iniciar su camino hacia el autoritarismo. Lo peor que puede ocurrir es la activación del artículo 7, algo que el Gobierno en cuestión puede vender como un ataque hacia la soberanía nacional. No hay contrapartidas.

¿Una solución?

La situación es difícil. Nada indica que se pueda revertir el escenario que hoy se ve en Polonia, Hungría e Italia, y que empieza a vislumbrarse en otros Estados miembros de la Unión Europea. Pero los líderes y políticos proeuropeos deben encontrar un relato alternativo, o los días del proyecto están contados.

A favor tienen que los euroescépticos no son un grupo homogéneo. Lo más seguro es que acaben apareciendo profundas discrepancias entre ellos que les debiliten a nivel europeo. Eso es una buena noticia de cara a una posible alianza euroescéptica a largo plazo. Pero nada parece poderse hacer, al menos por el momento, sobre cómo actúan en sus propios países. Y la UE es, al fin y al cabo, una unión de Estados.

Encontrar una solución es urgente y es la prioridad de todas las fuerzas proeuropeas. Evitar que líderes demócratas sientan la tentación de aceptar tendencias autoritarias debe ser también otro de las principales preocupaciones actuales de la UE.

El proyecto europeo ha pasado por graves crisis durante los últimos años: el riesgo de ruptura de la Eurozona, la crisis migratoria y el Brexit son solo algunas de ellas. Ninguna es tan peligrosa como esta. Algunos creerán que se trata de una exageración, que no es tan grave. Pero es precisamente en su capacidad de no levantar una excesiva alarma en lo que radica el arma mortal de esta nueva tendencia autoritaria.