Unión Europea

Una Europa más unida, pero ¿para quién?

por Elsa Arnaiz Chico

Elsa Arnaiz Chico, presidenta de Talento para el Futuro
Elsa Arnaiz Chico, presidenta de Talento para el Futuro
Fuente: Talento para el Futuro

Tras la crisis de la COVID-19, la crisis energética y ahora la crisis derivada de la invasión de Rusia a Ucrania, se ha puesto en evidencia la necesidad de tener una Unión Europea más unida, más fuerte, y sobre todo, con más competencias.

Ya sea en sanidad, defensa o hacienda, está claro que la interdependencia e interconectividad de los estados miembros ha puesto sobre la mesa la necesidad de regular más (y mejor) de forma conjunta estos aspectos. Pero ahora bien, por mucho que parezca que hemos llegado a la conclusión de que unidos funcionamos mejor que tomando decisiones unilateralmente, debemos reflexionar para quién estamos creando estas nuevas alianzas y estructuras.

Según la última actualización del World Values Survey, alrededor de un 42% de las personas jóvenes españolas no confían en la Unión Europea. Este dato da para reflexionar. Estamos trabajando para tener una Unión Europea mejor, pero ¿para quién? Realmente, ¿quién quiere más Unión Europea?

Es cierto que la generación joven hemos nacido y disfrutado de todos los beneficios que la Unión Europea nos brinda, sin embargo eso no quiere decir que esto sea directamente percibido por los jóvenes españoles. Entender este agujero negro entre lo que es y lo que se percibe es esencial, por lo que tiene de enigmático y, además, de alimento de partidos nacional-populistas y / o euroescépticos. Si volvemos al dato citado e indagamos un poco más en las causas detrás de tal desconfianza, encontraremos una variable común: el desconocimiento.

Como comentaba, las generaciones más jóvenes ya hemos nacido dentro de la Unión, no sabemos qué era eso de la peseta ni nos planteamos que tengamos que sacar un visado para ir a estudiar a Alemania. Por lo tanto, damos por sentado todos estos beneficios y no contemplamos que puedan desaparecer de un día para otro.

De hecho, es solo cuando nos vemos frente a una realidad irreversible que caemos en la cuenta del valor que esta Unión tiene. Encontramos un ejemplo muy claro en el caso del BREXIT, donde los jóvenes británicos se abstuvieron masivamente. Aquellos que sí votaron, en su gran mayoría (un abrumante 75%) deseaban quedarse. Como resultado de esta abstención y de una demografía desequilibrada, la balanza favoreció a los que deseaban salir de la Unión.

Pero esto es solo un caso, aunque muy relevante, de la brecha de información que existe entre la juventud y las instituciones europeas. Para poder crear más y mejor Unión tenemos que centrarnos, en primer lugar, en afianzar los pilares de la que ya tenemos. Y eso comienza por hacer llegar el valor de las instituciones europeas a los que menos las valoran, precisamente porque no conocen otra vida sin ellas.

Es hora, en definitiva, de hacer autocrítica y autorreflexión para elaborar estrategias comunicativas que no solo lleguen al 1%, sector ya de por sí privilegiado y a su vez ínfimo de la sociedad que para nada representa los retos a los que la juventud española se enfrenta en su día a día. Una juventud llena de precariedad, de temporalidad e incluso de abandono escolar. Es este el campo de cultivo del euroescepticismo que se nutre de desigualdades y desinformación.

Para ello hay que hacer partícipes a todas las personas jóvenes de la elaboración de estas estrategias, pero no solo de forma consultiva o validatoria. Es necesario poner a la juventud en el centro, desde el comienzo de la creación de las políticas públicas. Solo si establecemos este diálogo intergeneracional exento de paternalismos ni victimismos llegaremos a nuestro objetivo final: una Unión Europea más unida y más fuerte.