Unión Europea

La hora del té (LXV) - Brexit Day (y despedida)

por Redacción Bruselas

Último número de 'La hora del té', la newsletter sobre noticias y análisis del Brexit. Ahora queda lo más difícil: negociar unas relaciones futuras entre el Reino Unido y la Unión Europea que no van a ser sencillas. Conversaciones destinadas, literalmente, a empeorar la situación económica de Londres y Bruselas. Solo queda despedirse y desear suerte. Para quienes creen que el Brexit ha terminado, quien de verdad crea eso, los próximos meses van a ser un shock. Lo fácil era lo conseguido hasta ahora.

Por Nacho Alarcón (Twitter: @nacho_alarcon) | Una newsletter de Aquí Europa (@AquiEuropa) | ¿Has llegado de alguna forma a esta newsletter pero no estás suscrito? Hazlo aquí.


Hemos vuelto. Una última vez. Un último día. Ahora sí, de verdad: es la hora del té. Es el momento de sentarse a esperar el fin. No hay más crisis que vayan a retrasarlo, más giros de guión que vayan a impedirlo. En cuestión de unas horas, a medianoche, el Reino Unido saldrá de la Unión Europea después de 47 años de membresía. El Brexit se habrá consumado.

Hace ya un año que no nos encontramos en este espacio. Algunos se acordarán: soy Nacho Alarcón, y durante un año y medio les estuve contando aquí cada detalle del Brexit con ayuda de mis compañeros. Cuando me marché de Aquí Europa y pasé a ser corresponsal de El Confidencial me dolió enormemente dejar atrás no solo a mis amigos y mi pequeña familia en el periódico, sino también este lugar, esta pequeña reunión, esta costumbre con ustedes. Me han dado la oportunidad de volver a verles, de volver a escribirles, para decirles gracias y adiós.

Esta ha sido una semana de despedidas en muchos idiomas, de bastantes emociones. Déjenme ser claro: nada ha terminado. No ha hecho más que comenzar. Y lo que viene a continuación va a ser brutal. Para quienes creen que el Brexit ha terminado, quien de verdad crea eso, los próximos meses van a ser un shock. Lo fácil era lo conseguido hasta ahora.

Ya se ha aprobado el acuerdo, que terminó el proceso de ratificación esta semana en Bruselas, primero con un emocionante voto en la Eurocámara, y después, muy al estilo bruselense, con una gris y silenciosa firma de un acto legal en el Consejo. Alors, c’est fini.

Lo primero: todo el mundo tranquilo. Mañana ustedes se levantarán y no notarán que nada haya cambiado, porque nada habrá cambiado. Como explicaremos un poco más adelante, entramos en un periodo transitorio, una especie de “simulación” en la que todo sigue igual aunque Londres ya no esté formalmente en la UE.

Como recordarán, el acuerdo de retirada consagra tres elementos: el pago de la factura de liquidación financiera (esto es, lo que el Reino Unido debe pagar en compromisos económicos adquiridos durante su periodo como miembro de la UE); la defensa de los derechos de los ciudadanos (a pesar de que Bruselas no se termina de fiar de la palabra de Londres); y la protección del proceso de paz en la isla de Irlanda.

No creo que sea muy útil hacer aquí un repaso de lo que ha pasado en el año que llevo sin hablar con ustedes porque han ocurrido demasiadas cosas: Boris Johnson se ha convertido en primer ministro; Jean-Claude Juncker y Donald Tusk, dos de los absolutos protagonistas del Brexit, han dejado de ser presidentes de la Comisión Europea y el Consejo Europeo; se llegó a un acuerdo que ha sido aprobado por Westminster sin épica ni emoción…

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Fuente: Comisión Europea

Y ahora qué

Pero, ¿y ahora qué? ¿Cómo va a ser la vida a partir de ahora? Eso es lo que les he venido a contar, a intentar explicarlo sin muchos rodeos. No voy a entrar en los detalles de la relación futura, solo pretendo darles una visión panorámica de lo que está por venir. Vamos allá:

Ahora comienza la batalla campal: la pelea por establecer relaciones futuras. La primero que tenemos que mirar es el calendario. A partir del 1 de febrero de 2020 el Reino Unido entra en el llamado “periodo transitorio”, que durará hasta el 31 de diciembre de 2020. Durante esta etapa nada cambia para Londres: sigue disfrutando de todos los beneficios de pertenecer a la UE, pero ya no forma de ella, no tiene ni voz ni voto en las instituciones. El objetivo de este tiempo es negociar un acuerdo comercial. Sí, eso que están pensando es justo el principal problema: es muy poco tiempo.

En ninguno de los escenarios posibles la UE y el Reino Unido podrán cerrar un acuerdo comercial efectivo en 11 meses. Es algo ya admitido por Michel Barnier, negociador del Brexit que seguirá al frente de las conversaciones con Londres en esta segunda etapa, y también por Sabine Weyand, la que fue número 2 de Barnier y ahora, no por casualidad, es directora general de Comercio, jugando un rol clave en estas negociaciones.

En 11 meses solo se podría negociar un acuerdo comercial básico, y por mucho que no haya cuotas ni tarifas, seguiría siendo negativo para el Reino Unido. Cualquier acuerdo que se pueda alcanzar en estos 11 meses (o incluso si se dedicara más tiempo) va a ser peor que la relación económica que hoy tiene Londres con Bruselas, y es necesario que esto se entienda: no va a haber una relación mejor. Estas negociaciones van, literalmente, sobre cómo empeorar la economía del Reino Unido.

Pero, ¿no se puede extender el periodo transitorio? Sí, se puede. La pregunta correcta es si se quiere o no extender. Y solo el Reino Unido y su primer ministro puede responderla. Eso sí, no tienen mucho tiempo para hacerlo. El acuerdo de retirada establece que la fecha límite para pedir la prórroga es el 1 de julio de 2020. Es decir, Johnson, que lleva  mucho tiempo prometiendo que no pedirá una prórroga y que el periodo transitorio terminará el 31 de diciembre, tiene solo seis meses para recoger cable y pedirla o arriesgarse a un shock económico brutal para la isla.

Porque un acuerdo comercial básico que no incluya servicios será un golpe total para la economía del Reino Unido. Hay quien lo compara con salir de la UE sin acuerdo. Puede que, incluso con acuerdo, haya muchas complicaciones en las cadenas de distribución, atascos en Dover, problemas serios para una economía que se ralentizará todavía más. La UE también sufriría en este escenario, pero, como siempre, lo haría menos.

Enrique Feas defendía esta semana que, como todo populista, Johnson debería apostar por lo que le ayudará a ganar las elecciones: evitar un colapso total de su economía, y comparto completamente el análisis. Pero el Brexit nos ha demostrado que no hay que dar por hecho nada.

Este periodo transitorio, antes del 1 de julio, puede prorrogarse uno o dos años, pero una sola vez. Estas son limitaciones impuestas mayoritariamente por el Reino Unido, como la mayoría de las que establece el acuerdo de retirada.

Las negociaciones a partir de ahora van a consistir en intentar encontrar los lazos económicos más estrechos posibles dentro de las líneas rojas marcadas por el Gobierno británico, que no son pocas: no quieren que la justicia europea tenga ningún rol, no quieren contribuir al presupuesto europeo y no quieren seguir los estándares comunitarios. Eso deja pocas opciones sobre la mesa.

Este viernes Charles Michel, nuevo presidente del Consejo Europeo, ha repetido la ecuación que marcará las conversaciones: cuanto menos sigas los estándares europeos (en asuntos como medioambiente, sanitarios, fitosanitarios, fiscales o laborales) menos acceso tienes al mercado europeo. Y no hay nada injusto en ello.

Para que nadie se pierda, les recomiendo que se impriman esta diapositiva tan utilizada por Barnier, la pongan en un marco y la cuelguen en su salón. Yo la tengo en mi mesita de noche.

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Fuente: Comisión Europea

Un drama común

Lo que está claro es que hoy el Reino Unido y la Unión Europea, los dos, pierden mucho. Hemos insistido muchas veces en lo que pierde Londres: acceso a todo un mercado único, derechos para sus ciudadanos, libertad de movimiento, poder estudiar en cualquier sitio de Europa, formar parte de la primera potencia económica mundial.

Pero es importante subrayar que la UE también pierde muchísimo. Pierde al principal ejército del club, un asiento en el Consejo de Seguridad, un país que aportaba un contrapeso al eje franco-alemán, que defendía una política de competencia que favorecía a países como España y que ahora tendrán que frenar un reforma de las normas que podría acabar haciéndole mucho daño. Se pierde a un país con una visión y proyección global que ningún otro Estado miembro de la Unión Europea tiene, por mucho que Francia esté inmersa en un intento por ocupar ese espacio. Y se pierde a un socio que aportaba mucho dinero al presupuesto comunitario.

Se pierden, además, algunos funcionarios y diplomáticos brillantes que han servido enormemente a la causa europea. Se va un país que tenía parte de la peor prensa de toda Europa, pero también alguno de los mejores y más serios periódicos. Un país que ha sido cuna de un populismo que ha hecho mucho daño al proyecto europeo y al funcionamiento de las democracias occidentales, pero que es también lugar de origen de parte de una élite intelectual europea que se empobrece con la salida británica.

Nadie gana, todos perdemos. No hay un resultado positivo de esta situación porque sencillamente es imposible. No va haber una negociación fácil porque es mucho más sencillo derribar barreras comerciales que volver a construirlas. No hay ningún proceso de desintegración de relaciones económicas que haya tenido ningún efecto positivo a nivel socioeconómico. Y por lo tanto nadie debe esperarlo.

La UE tiene que tener cuidado a partir de ahora. Muchos de los líderes creen, erróneamente, que un “Pacto Verde europeo” o que la transformación digital, eliminar el roaming o financiar estudios Erasmus, es el camino correcto. Es posible, pero no es suficiente. Cuando el odio toca a la puerta da igual que puedas conectarte a WhatsApp desde Italia: abres la puerta al odio, porque es mucho más poderoso que cualquier elemento racional.

Los próximos meses serán claves para el establecimiento de una nueva relación con Londres, pero también lo serán para que la UE no se deje cegar por la dominación absoluta que ha ejercido durante la negociación: es un proyecto frágil y necesita ser consciente de ello. Hace falta emocionar con esa fragilidad, y hacer entender que es más lo que une que lo que separa.

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Fuente: Downing Street


Este es el final, amigos. Llegué a Bruselas en 2016 con el Brexit recién iniciado. Y aquí estamos, en la despedida final de esta newsletter que es, de largo, el proyecto periodístico del que más orgulloso me siento.

Agradezco que me hayan dejado asomarme por aquí de vuelta para decirles adiós, desearles suerte y que nos sigamos viendo y leyendo por ahí.  Ha sido un honor haberles acompañado durante buena parte del proceso, y les pido que sigan leyendo a mi compañera María G. Zornoza, que les ha estado guiando en esta fase del Brexit desde Aquí Europa.

Esta semana, cuando los eurodiputados aprobaron por fin el acuerdo de retirada se pusieron de pie, y en los tres minutos más emocionantes de todo este proceso del Brexit, se cogieron de las manos y cantaron el Auld Lang Syne, un poema escocés de despedida y amistad. Y con él me quiero marchar.

“¿Deberían olvidarse las viejas amistades y nunca recordarse? ¿Deberían olvidarse las viejas amistades y los viejos tiempos? Por los viejos tiempos, amigo mío, por los viejos tiempos: tomaremos una copa de cordialidad por los viejos tiempos”. Por los viejos y los nuevos tiempos, brindo por todos ustedes. Hasta la próxima.