Estoy persuadido de que Nélida Piñón está reescribiendo la narración del Universo. La que registra todas las genealogías hasta un lugar común inicial y la que habrá de trasladarse ab eterno. La que se imprimió en arcilla, en papel de arroz, en papiro; con tipos móviles de porcelana, madera o metal. La que nos hizo más cultos gracias a Gutemberg. La que se trasladó oralmente. La que iniciaron los antepasados; los clásicos, con los mitos. La que adornaron filósofos y religiosos y literatos, desde los ídolos hasta las religiones monoteístas. La que compendiaron los enciclopedistas franceses; la que revolucionó Nietzche y otros, matando a Dios. La que tratan de reconducir los físicos, con especulaciones cósmicas; la que reflejaron artesanos, pintores o escultores en sus obras. La que cada cierto tiempo necesita ser renovada, pues el ser humano reconoce sus limitaciones y sabe que ha de recomponer sus relatos. Es por esto que necesitamos cuentistas ingeniosos y valientes, que colmen nuestras ansias de esperanza, no importa de dónde vengan o a dónde vayan. La cultura, la transmisión oral, plástica o literaria parte de esos anhelos y, periódicamente alcanza unos límites, a veces geniales en una pequeña maquina Hermes. Palabra.
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