A Illa da Toxa se accede por un puente blanco, con sus barandas caladas, cual encaje de bolillos, como filtro de aires variables, distintos, asociados a un paisaje único, en los que los pinos con sus verdes y marrones se imponen como fractal sobre un contrastado fondo de azules celestes y marítimos. La luz yodada ilumina playas marisqueras y pequeños roquedales. Todo es real y mágico, firme y evanescente, relajante y sugerente, propicio a la percepción de la calma, a la reflexión introspectiva, a la exposición inteligente y a la discusión demorada. Observar, escuchar, plantear, relacionarse, descansar en sus magníficos hoteles, relajarse en su balneario, pasear o jugar al golf y compartir manjares en cada comida, ayudan a esclarecer las ideas, más en un momento de incertidumbre mundial.