Algo ha fallado desde que Putin, un simple miembro de los servicios secretos rusos, pudo acceder al poder presidencial.
Es inusual que su trepidante y dudosa trayectoria pueda haber pasado inadvertida y que no haya encontrado con anterioridad una respuesta internacional de la contundencia de la actual.
En un poblado del río Caroní, en el territorio de los Pemones, dominado por los Tepuyes, a una media hora en lancha del Campamento Arekuna, en la selva venezolana, viven los indígenas Tarsicio y su familia. Un día, al llegar a visitarle con un grupo de periodistas españoles, el jefe del poblado nos recibió vestido con una camiseta con un gran logo de la CIA. Inmediatamente pregunté: “¿Es de la CIA?”. Todos se apresuraron a contestar: “No, lo ocultaría”. Y yo les respondí: “Precisamente el que hubierais pensado así es lo que demuestra que es de la CIA.”
En determinados servicios de inteligencia se conoce el fenómeno anterior como “timidez analítica”. Dicen que el que fuera secretario de Defensa de los EEUU, Donald Rumsfeld alentaba a sus equipos a que en sus análisis valoraran más “la ausencia de evidencias que la propia evidencia”. “Ni siquiera desconocemos que desconocemos lo que desconocemos”, decía en un patente juego de palabras que escondía una crítica feroz al modus operandi.
Algo ha fallado, no en las previsiones sobre Putin, patente tras invadir Crimea, sino quizás desde que como simple miembro de los servicios secretos rusos pudo acceder al poder presidencial de una de las potencias mundiales y entrometerse en los sistemas informativos en red.
Es inusual que su trepidante y dudosa trayectoria, plena de hitos en los que no faltan todos los ingredientes del género negro y de terror, alejada de cualquier ingenuidad o comprensión humana, pueda haber pasado inadvertida y, lo que es peor, no haya encontrado con anterioridad una respuesta internacional de la contundencia de la actual.
Él no ha fallado, ha convertido su ambición en una realidad, se ha transformado en un todopoderoso autócrata, capaz de hacer y deshacer oligarcas; de manipular elecciones en su país o en cualesquier otros; de consentir que sus enemigos, o quien ose criticarle, acabe en la cárcel o sea envenenado; de masacrar a civiles en conflictos como los de Crimea o Ucrania, de amenazar con una guerra nuclear.
Siquiera hacía falta mucha imaginación para prever un escenario de confrontación como el de Ucrania. Una simple hipótesis basada en el conocimiento de los precedentes habría concluido que estábamos ante un iluminado sin escrúpulos ni límites.
EEUU y Europa -la imprescindible Europa-, han reaccionado con contundencia, pero tarde. Deberíamos saber que la mejor forma de evitar una guerra es estar preparado para afrontarla. Incluso en la selva venezolana lo sabían.
*Este artículo forma parte del Proyecto Destino Europa
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